martes, 23 de agosto de 2011

Ese dolor.

Es un dolor que nunca sana, un dolor que nunca cura, una cicatriz que siempre permanece en la piel, como imborrable tatuaje. Es un dolor que sólo se deja aparcado en un rincón del corazón, y que intentamos alejar de nosotros, haciéndolo pura rutina, y acostumbrándonos a él. Es un dolor que simplemente se reduce en nuestro interior, dejándonos los buenos recuerdos, y unas lágrimas, que de vez en cuando quieren pasearse por nuestras mejillas para mantenerse entretenidas y para que no se queden dentro nuestra haciendo que guardemos ese dolor, al que simplemente nos hemos acostumbrado.
Es un dolor que nunca termina, es un dolor que dura, lo mismo que dura la vida, quizás muy poco, pero a veces parece demasiado.
Es el dolor de la pérdida, un dolor incurable, imborrable.
Un dolor del que sólo nos damos cuenta cuando ya hemos perdido lo que más queríamos.

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