martes, 19 de julio de 2011

Bar de copas.

Encerrada en un bar de copas donde el cuerpo ansía ahogar las penas y olvidar todo aquello que le arrebata las ganas de ser feliz. Quizás este sea un lugar de esos en los cuales se pasa el tiempo sin sentir, cual brisa del viento llena de paz y de un susurro que acaricia mi rostro sereno, y vacío de cualquier expresión.
Y pasan las horas sentada en esta noche oscura y burlona en la cual mi única y fiel compañera es esta copa en la que derramaré todos los problemas de esta incansable rutina que agota el respirar de mis pulmones.
Tristes almas se pasean por las calles sin un rumbo fijo, donde todo parece lejano, y alcanzar nuestras metas es sinónimo de alcanzar una estrella inalcanzable. Míticas condiciones de personas, todos iguales pero con diferente rostro, donde la hipocresía y la insesatez es común en este pueblo sin salida, y sin principio.
Incontables pasos bailan alrededor de este bar de copas, y todo parece cobrar un color diferente, color con aroma de alcohol, con matiz oscuro y sencillo y un poco de tristeza. Me hundo en un baile de sensaciones y me siento viva, me siento feliz, con una felicidad que se olvida, pero que me hace mantenerme levantada esta noche.
Este bar de copas me abre sus puertas para enfretarme al mundo, a un mundo en el que mis penas han sido ahogadas en un mar de llanto y locura. Y se quedan mis vasos vacíos, vacíos de una noche solitaria en la que sólo quedaron estos viejos y arañados vasos, y un local que se quedó con su soledad y su fórmula para hacerme olvidar los pesares de este juego al que llaman vida.

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