lunes, 11 de julio de 2011

Y desaparece.

Levemente se caen las hojas de este viejo arbol a punto de morir, sin sentir, sin sonar, y pasan las horas, pasa el mundo y nadie lo nota, nadie sufre su tormento, nadie llora su ausencia, y se muere, y se va, y nos deja, y ya no esta. Y desaparece.
Tristemente se marchita una flor. Y sin cesar comienzan sus secos y abandonados pétalos a caer. Decaen sus espinas, no se sienten sus heridas, pero se puede oír el temor de su solitaria caída. Pero nadie aprecia esta perdida. Y ya no está. Y desaparece.
Fácilmente caen unas pequeñas lágrimas inocentes por el rostro de un niño pequeño, en plena juventud. Y esas apreciables lágrimas se convierten en un angustioso llanto que resuena en todo el pueblo. Atraviesa calles, almas, callejones. Pero nadie acude en su ayuda para calmar esta irritante pena. Y se queda solo. Y su ausencia nos hace amargo el corazón.
Y yo en mi eterna apagada ciudad, cual atormentado y cínico vagabundo que se dedica a lanzar estos pobres y vacíos versos a unas calles por las que nadie pasará, y de las cuales nadie conocerá el sufrimiento, ni averiguará el sentido de estas inútiles palabras que se desbordan de mi mente y aparecen fugaces.
Y desaparencen.

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