lunes, 16 de mayo de 2011

Dolor.

Dolor, el dolor se clava punzante y arrasa con toda mi persona. Derramo incontables lágrimas de sangre. Y puedo sentir su sabor tan salado. Me gusta ese sabor a dolor, quizás sea porque ya estoy acostumbrada a él. Ya no siento el dolor, no me duele. Me siento vacía, seca, desaparecida. Perdida en una habitación puedo ver cómo me voy convirtiendo en un ser solitario, soy un alma en pena. El dolor es insonoro, el dolor no se ve, sólo se siente. Pero el dolor se aprecia, se aprecia en el rostro de la persona, que puede reflejar pena, tristeza, o simplemente puede no reflejar nada. Un rostro sin expresión, sin vida, Un rostro muerto. Ese rostro refleja dolor.
El dolor es incurable, para él no hay ninguna medicina. La soledad es un sentimiento que va encadenado al dolor. Sientes que te alejas de la sociedad, porque no existe nadie capaz de ayudarte. El dolor pasa lento, muy lento, pero sigue ahí, y a veces se hace más grande, tan grande que hay personas que se cansan de él y lo abandona, abandonando a su vez, la vida.
Hoy, ya de tanto sufrir, parece que no me duele, que no me hace daño. Hoy, ya parece que soy inmune al dolor. Pero me afecta, me deja sin nada, me arranca todo tipo de sentimiento y me arroja sola a ese inmeso vacío que hoy puedo notar.
Hoy, el dolor acabó conmigo. Hoy soy otra persona. Hoy me ahogo en mi propio dolor.
Ya terminé.

No hay comentarios:

Publicar un comentario